Todos odian a las palomas, decía siempre LeBlanc. Son ratas disfrazadas de ave gris, que no valen para nada. Que no hacen más que crear mierda y pasar mierda. Como él, decía, como él mismo, que era un camello de tres al cuarto que no hacía más que pasar la enfermedad, la adicción, los choques psicotrópicos. Nada más que eso. Y le gustaría hacer otra cosa, pero no podía, no sabía. Pues os diré una cosa, cabrones, y tiraba el cigarro y se terminaba la copa, lo único que diferencia a las palomas de los putos pájaros azules es el batir de las alas. Aunque a ellas nadie les escriba poemas.
Así, suponía Alex, evitaba perder de alguna forma, la poca esperanza que le quedaba.