el idioma del bar

Vera lloraba sentada en un portal y Pascal escribía a una chica a la que pensaba follarse esa noche. Pasaban las 3 de la mañana de un sábado en el que las risas despreocupadas y etílicas aún no se habían apagado, por mucho que las nubes negras amenazaran con tormenta. Cada uno de los dos acarreaba sus dolores -tan distintos como en todo lo demás- y buscaban un taxi que parecía no llegar para emprender la huída a la desesperada. No sería ni la primera ni la última vez. 

-Oye- Pascal no sabía su nombre, pero la había visto en los bares más de una vez. Se fijaba siempre en ese pelo negro ensortijado que caía sobre sus hombros de una forma casi salvaje. Se dio cuenta tarde de que la muchacha lloraba y puso los ojos en blanco antes de musitar un "da igual" en bajo. No soportaba a la gente que lloraba en general, menos estando de fiesta. 

-Llevan un rato sin pasar- respondió ella con un gesto tosco. Los zapatos de tacón reposaban a su lado y se apretaba fuerte los pies, que seguían doliendo. Todo le seguía doliendo en realidad y no tenía ganas de aguantar a un imbécil que querría llevársela a la cama. 

Pascal suspiró, mordiéndose los labios. La casa de la rubia con la que hablaba quedaba a más de media hora a pie y, cuando llegara, se encontraría con la chica en pijama, sin ganas de follar y pidiendo mimos. Entonces él tendría que quedarse porque no tenía nada mejor que hacer y porque esa tía estaba demasiado buena como para ser borde con ella. Los autobuses los descartaba por completo y, muy a su pesar, comenzaba a temer que esa noche iba a quedarse sin follar.

Observó a la muchacha con curiosidad y le llamó la atención que no se molestaba en cubrirse los ojos con vergüenza como solía hacer la gente. Las lágrimas habían formado surcos oscuros sobre sus mejillas y eso le daba aspecto de loca. No lloraba haciendo un puchero, sino con una rabia inusitada que se trasladaba a cada uno de sus movimientos, que llenaba de rabia su respiración. Le pareció guapa. Nada del otro mundo, pero esa pava siempre había tenido una pinta muy salvaje, o eso le parecía a él, le daba morbo: de esas que mordían y arañaban en la cama. Si el taxi tardaba demasiado a lo mejor se la podía hacer a ella, salvar la noche de una manera. 

-Qué se le va a hacer- se encogió de hombros. Iba a sentarse a su lado, pero al ver su gesto fiero decidió que a lo mejor era más práctico apoyarse en la pared, dejarle su espacio- ¿Por qué lloras?

-¿A ti qué coño te importa?

Bien cierto era, a él le daba lo mismo. 

-La gente de fiesta solo llora por gilipolleces. Cuando es algo verdaderamente importante, algo que te jode, te quedas en tu casa y te comes la mierda solo. Es un hecho. Así que no creo que estés a punto de morirte. 

La morena le miró con furia y el sonrió. 

-Lloro porque los tíos sois imbéciles. Lloro porque no se puede confiar en vosotros, porque vais a lo que vais y cuando lo tenéis os la suda hacérselo pasar mal a los demás. ¿Sabes?- no gritaba y Pascal lo agradeció- A mi no me importa que alguien no quiera salir conmigo porque yo, de poder, tampoco saldría conmigo. Lo que no soporto es que me engañen, que me mientan. Si solo quieres follar, follemos, pero no me vendas la moto. 

El chico se pasó la mano por el pelo y sacó del bolsillo de su cazadora el último pitillo que le quedaba. No se lo ofreció y lo encendió para dar una calada profunda. 

-Es que ese no es el idioma adecuado- sonrió el muchacho. Ella puso una cara rara, arrugó esa nariz pequeña que tenía- Por la noche se habla un idioma distinto, en los bares se habla un idioma distinto y las palabras significan otra cosa- expulsó el humo. Comenzaba a hacer un poco de frío y olía a humedad, así que entendió que porno llovería. Menuda jodienda, qué asco le daba la lluvia- Verás, cuando entras en un bar estás entrando en un juego y aceptando las normas. Y las normas dicen que hay un idioma que tienes que saber manejar si no quieres que te follen el culo. O que te lo follen, claro, depende de la persona- ella no sonrió- "Si" no siempre significa adelante y "no" tampoco tiene por qué ser "para". Y "qué guapa estás" puede venir a decir algo como "me muero de ganas de que me mires desde abajo con mi polla en la boca" o "no te toco ni con un palo", depende de cómo se diga. Cosas así. En la vida en general y en los bares en particular tienes que saber qué idioma hablar en cada momento si quieres sobrevivir. 

Ella bajó la mirada unos segundos y Pascal creyó que la tenía en el bote. Lo cierto era que con las tías ir de profundo funcionaba siempre pasadas las 2 de la mañana, cuando habían mandado a la mierda a una cantidad ingente de paletos que solo habían sabido alabar su culo y sus tetas. 

-Es la mayor tontería que he oído nunca- suspiró al fin. Ya no lloraba. Se puso en pie, cogiendo los zapatos sin molestarse en hacer el ademán de ponérselos- No voy a hablar en un idioma que solo sirve para que otros hagan lo que les salga de la polla conmigo. En serio, entiendo que no todos seáis mierda, pero esta noche tengo ganas de que no quede ninguno sobre la tierra y así no tener que aguantar tonterías. 

-No te he dicho que esté bien; te digo que es lo que hay. Y si uno no es idiota se las arregla para jugársela con lo que tiene- tampoco es que le hubiera dolido mucho, no era lo peor que le habían dicho en los últimos días. Pero (eso sí tenía que admitirlo) a lo mejor sí que era lo más sincero que había oído en mucho tiempo. 

-Muy bien, vale. Lo que yo digo es que las normas que no me gustan las cambio, Pascal. Es lo que hay- se giró, echando a andar por la calle, con sus pies descalzos empapándose en el agua de la madrugada. Las ruedas chirriantes del taxi anunciaron que un vehículo acababa de llegar a la parada. Abrió la boca para decir algo, pero ella levantó la mano derecha indicando que podía cogerlo, que se las apañaría sola. 

Pascal no recordaba haberle dicho nunca su nombre, pero bien era verdad que todos -sin excepción- le conocían. Le miró el culo mientras se alejaba y pensó que no tenía una cara muy espectacular pero que esos músculos estaban bien en su sitio, sí.

Podría haber dicho que pensó en seguirla. Que había visto en aquella muchacha una luz especial. Que le había gustado el corte que le había dado y que le había enternecido que llorara o que no se conformaba. Pero sería mentira. 

Pascal no era ese tipo de persona. Se levantó, cogió el taxi, llegó a casa de la chica y echó un polvo aceptable que le dejó en paz con el mundo. Y no volvió a pensar en la chica desconocida, ni en su pelo, ni en sus ojos, ni en su forma de ladrarle al mundo. 

Total, para qué.