Te tiñes la piel del color del verano y arde como no pensé que habría ardido en una noche tan helada. Despuntaba el sol y había cerveza y otra forma de hacer las cosas. Mirándome a los ojos, por ejemplo, olvidarnos del reloj y volver a ser adolescentes tardíos con malas intenciones. Niños salvajes y hambrientos con piel de lobo y demasiadas horas por quemar, postergando la llega a casa y jugando como los mayores. Está bien. Como siempre, está bien. Los excesos, la maría, el alcohol, cualquier receta efectiva para volvernos a saber libres de responsabilidades. Una piel, otra piel y las chispas de los dedos bajo una falda y sobre un camino de baldosas amarillas al cielo. Qué más da, en realidad, lo que nos puedan decir. Si aún tenemos muchas lunas a las que aullarles. Si seguimos siendo demasiado jóvenes para estar tristes.