Sabía que le quería porque salía de dentro. Brotaba como manantial o quemaba como fuego, o algo así. Lo notaba en mis venas y lo notaba latiendo en mi pecho. Qué manera más absurda, ahora que lo pienso, sin un por qué definido. Yo no podía explicarlo, ¿comprendes? De haber querido, no habría encontrado la manera de hacerlo. Me tomarían por loca si decía que su eco resonaba en mi mente y que, a la deriva, se perdían en lo que yo creía ser. Como un lago acunando las ondas que dibujaban en mi sus piedras, algo así. Sabía que otros habían hablado de eso antes que yo. Sabía que otros, perdidos en ron y en tequila y en lsd habían dicho que en esto del amor el por qué jamás es relevante, pero qué iba a hacer yo, tan perdida, con la única triste certeza de que le quería. Los bolsillos vacíos y el alma desnuda y toda esa forma demente de tenerle dentro aún cuando no me follaba. Por no tener no me quedaban ni palabras. Nada más que esa sed de su cuerpo y esa furia prohibida que provocaba su voz repicando en mis oídos. Tenía cánticos de guerra que entonar y pinturas en la cara y el rastro que dejaba él, escapando, se perdía en la espesura de mi misma. Deberías haberle visto, con esos ojos etílicos encendidos en mi fuego, deberías haber visto lo que yo vi en el infinito de su iris. Le oí gemir, le vi llorar y fuimos fieras, nada más. Luchaba por encontrarme y aún no me había perdido. Encendió el fuego, pero para qué quería yo el calor si no tenía frío.
Yo sabía que le quería, de esa manera absurda en la que solo queremos los locos, yo sabía que le quería y que mis canciones acunaban sus pensamientos y que me soñaba libre y que me soñaba enferma de noches y de música y que se moría por tocar todo lo que yo no debía ser.
Yo sabía que podía dejar de quererle cuando se me antojara, pero me daba pánico hacerlo.
Al fin y al cabo uno puede sentir el golpe antes de haber sido herido.