Fui el amanecer que se deshilachaba en una mañana de invierno. Llegué despacio, llegué con el hielo y el aire envenenado de cansancio. Busqué milagros y busqué la fe en tus cristales, pero no encontré nada más que pecados que me miraban llamándome para jugar. Fui una tormenta de verano y pasé, efímera, por tus laderas e imaginé que sabías antes de que llegara que, cuando tus pastos volvieran a ser verdes, me dejarías marchar. No me preguntaste quién era ni cómo había llegado hasta ti porque sabías que me habías llamado tú. "Aprenderás" te dije, pero no especifiqué a qué porque me dolía la certeza de que iba a perderte. Fui un incendio que se sirvió de tu piel como alimento y supiste que no me iba a ir sin más.
Perdóname por todas las catástrofes que traje de nuevo a tu vida.