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“»Hay tres violencias diferentes, pienso.
»Lo digo en voz alta: Por mi madre, por mí, por mis hijas. Violencias de tres generaciones sucesivas.
»La primera violencia es delicada, líquida, elegante, propia de un mundo de formas y piel de melocotón que ya hemos perdido definitivamente. Violencia muelle. Pequeña molicie criminal. Va por mi madre.
»La segunda violencia es química. No viene de afuera, se revuelve desde dentro, pero se obtiene. Violencia adquirida por el desarraigo, la segunda viene del íntimo dolor y del pasmo. Va por mí.
»La tercera es la violencia de un mundo navaja, afilado, puntiagudo. Nace de la pérdida total, no conoce las formas ni guarda información genética al respecto. Viene de fuera con crueldad. Es una violencia ejercida por el otro con toda su bestia actuando. Va por mis hijas, mis dos niñas que flotan en esa voluta de mi imaginación.
Una vez acabado el relato, Adela Sánchez de Andrade permaneció en la posición que estaba, —con los ojos cerrados, el tiempo suficiente para que Victoria se diera cuenta de que no iba a seguir la comunicación. La detective pensó una par de veces cómo despedirse o si despedirse y decidió que no, que para “que para qué, que volvería.”



Las niñas perdidas
Cristina Fallarás