que alguien me exorcice antes de propagar este incendio

Tengo una ciudad que se vuelve una selva cuando piso el asfalto y ojos de fieras salvajes que se clavan en mis entrañas. Hablo del cemento como enredadera que trepa por mis piernas y se me mete dentro, de una manera o de otra. En una de esas huidas te confundí con mi hogar y eso no me gusta nada y pensé, mejor no hacer cosas feas si no quiero que me pilles mirándote tres segundos más de los debidos. 
Las esquinas de tu cuerpo son como cristales ardientes, las esquinas de tu cuerpo son como las esquinas del mío y no sé si me toco, te toco, si me corro o si sangro de alguna manera terrible y se me va la vida mientras se me rasga la carne roja. Tienes sonrisa de lobo y qué hago yo, si sonríes y yo no sé si tu piel reposaría mejor bajo mis uñas y tus colmillos de collar de perlas. ¿Cómo de eróticos sabemos ser tú y yo borrachos, sorbiéndonos, llenándonos de fluidos? 
Tengo un pájaro azul en mi corazón y ya no sé si quiere salir o quedarse escondido en tus ronquidos de domingo por la mañana. En esta jungla de neon tengo los ojos más ávidos de mentiras que nadie y más historias inconclusas en los bolsillos que todas esas chicas que sueñan con ser Marilyn. Toco en el piano canciones plagadas de vómitos a destiempo, no sé de qué nos sirve esta montaña rusa. 
Tengo demonios que blasfeman en mis entrañas y te tengo a ti recitándome en silencio que tengo "toda la pinta" de un corazón roto y dolorido, pero no me dices nada porque sabes que me queda muy bien el pintalabios rojo y temes perderte en una maraña de pensamientos que sabes desliar. A lo mejor tienes miedo de que tu mundo deje de tener sentido si me follas y, bueno, qué voy a decir yo, si también creo que podría ser así. 
Tengo hormigas que me pellizcan entre las piernas y deseos de adolescente trasnochada. Pienso: somos las guerreras del siglo xxi, con tanto mensaje esquizofrénico que nos escupe el televisor. Pero está bien igual porque seguimos siendo zorras con risa triunfante y malicia colgada de la cintura. 
Tengo hambre, hambre de mundo aunque lo niegue y nada me sacia. Tengo las pupilas delatadas y el viento en contra y voy en un barco por mitad del Báltico y corro por la cubierta y me pregunto si tanto aire frío va a lograr apagarme. Debería alguien exorcizarme todas estas ganas antes de que me propague y se sobrevenga el fin del mundo, pero guardo silencio y desencajo la mandíbula en una sonrisa voraz. No me importáis, repito, no me importáis los hombres ni los perros ni los niños. 
Tengo la entereza suficiente como para llorar por cosas que no me tocan y me alejo de la vida con la cabeza muy alta. Oigo la música y mi cuerpo se retuerce y pienso cuantos orgasmos seguidos puede sacarte una canción de los 80 medio mala. 
Pero, para entonces, mi cuerpo no es ya mi cuerpo. Las sirenas ya no cantan.