Demian

Llueve y creo que te duele esta tormenta de verano. Y las gotas son como balas que bombardean el suelo y la tierra seca. Se limpiaba el aire, los pulmones, se aliviaba el espíritu un poco. Del calor, del sudor, nunca supe bien de qué, pero las tormentas de verano me limpiaban el alma. Caían los rayos de lejos y tú, también de lejos, te deshacías un poco, delante de todos, pero sin que nadie te viera. 
-¿Todos, los has leído todo?- preguntó Grey, sacando uno a uno los libros de la caja de cartón, haciendo pequeñas columnas. Estaba sentado a mi lado y su pelo parecía aun más de escarola por la humedad y el viento. Tenía cara de corazón a medio romper, pero eso no se lo dijimos ninguno, no nos atrevíamos. 
-Si.- respondes, más tajante de lo que te gustaría, con tu mirada verde perdida en la lluvia, en la tempestad que tienes dentro. El problema era ese; que tú las catástrofes las llevabas por dentro. Sonríes, pero no te sale bien del todo y Grey lo deja estar, porque sabe que no es culpa tuya y que si te presionan demasiado vas a acabar huyendo, como haces siempre cuando entras en conflicto contigo misma. 
Me gustaría abrazarte. Me gustaría abrazarte, pero no te lo digo. Igual es que se convierte en amor lo que me une a ti, pero detesto verte tan desamparada, chica maravilla, de verdad que lo detesto. Y se que no he sido el mejor contigo, se que te he hecho perder algunas batallas, aunque nunca me has defraudado en ningún enfrentamiento. Casi puedo ver como bate las alas tu pájaro azul, el que llevas, siempre indeleble, en el pecho, sobre el corazón. Y pienso en tus poemas, en decirte "no estés triste, ya se que estás aquí". O algo así, ojalá supiera decirte cosas bonitas. Pero no puedo, rubia, de verdad que no puedo. No me dejan mis orgullos, mis huesos de tigre de bengala. Lo que soy, ya sabes, me pide que tense la cuerda un poco más. Y yo se que solo es el miedo, pero qué voy a hacer a estas alturas contra mi mismo. Yo no soy tan valiente, yo no soy como tú, muñeca.
Cojo un libro pequeñito de tapas desgastadas. Demian, de Herman Hesse. Debería saber algo de él, pensé, pero aun no he descubierto para que sirve la literatura. Ni el instituto, en realidad. 
-¿De qué va?- te pregunto, necesitando de golpe algo de tu atención. Y me miras, con el iris hueco de quien no está realmente donde debe.
-De un gilipollas.- dices, de golpe, con el ceño fruncido.- De un cobarde que no hace más que buscar alguien que le diga qué debe hacer. Y cómo hacerlo, a veces. Que culpa de sus desastres a los demás, siempre. Un puto psicópata Sinclair. Y luego habla de otro pavo, que se llama Demian, que no hace otra puta cosa de ir con aires de iluminado. Me toca los cojones su victimismo, su manera de predecir el futuro. ¿Predices una guerra, en serio? ¿De verdad eso te parece complicado? El que no ve que se aproxima el fin del mundo es porque no quiere, no hace falta ser un puto hijo de Caín para eso. Un subnormal más que cree que puede destruir su mundo, cuando no es así. "Nacer siempre es difícil"- recitas de memoria.- "El pájaro que rompe el cascarón. El mundo es el cascarón. Tú eres el pájaro." Anda y que te follen, subnormal. Tú no puedes romper la realidad, te pongas como te pongas. Tú no destrozas tu mundo y fabricas uno nuevo. Es el mundo- dices, enfadada.- Es el mundo el que te destroza siempre a ti. Siempre. Y la perspectiva cambia porque estás hecho pedazos. No porque seas el creador. ¡Menudo hijo de puta pretencioso!
Y te abrochas la chaqueta y sales a la lluvia y te enfrentas con el mundo. Corres y nadie te sigue, porque sabemos que no quieres que te sigan. 
A veces pienso que debe de ser muy triste ser tú, Alex.


Debe de ser muy triste encontrarle todo el sentido a lo que nadie más comprende.