Eramos jóvenes y no teníamos miedo y tus manos recorrían mi piel como si fuera tierra conquistada. Estaba muy quemada tras tantas guerras y necesitaba desesperada una tregua para volver a llenar los pulmones. Sin excusas, ni pretextos, nada más que un porque sí arrogante riéndose de la vida. Nosotros riéndonos de nosotros mismos y de todo lo que hemos construido porque nuestra filosofía de niños malcriados es que no hay que tomarse en serio absolutamente nada. Mucho menos a uno mismo.