el fin del conflicto

Te compras un vestido rojo aunque sabes que no te salvará la vida. Es lo animal de la sangre, imagino, lo que nos enciende tantísimo. La forma de fluir por dentro, la guerra, el sexo, los arañazos. La paz, incluso, a veces cuando está exhausta se viste del rojo tranquilo, del rojo pausado. Rojo en el pelo y rojo en el corazón y rojo en tu boca y rojo en la mía. Beber del rojo manso de otra persona. 
En contra de todo pronóstico, tú y yo decidimos no hacernos la guerra, decidimos que no merecía la pena que doliera una dentellada. Optamos por seguir siendo cachorros de lobo, malos con el resto y fieles a la manada. Puesto en una balanza, había mucho que perder para ganar tan poco y, aunque sea desesperanzador, puedo comprenderlo. A veces, simplemente, las cosas ocurren a destiempo. A veces, simplemente, ser valiente no compensa demasiado.
No es asunto de nadie más, pienso, lo que tú y yo hagamos con nuestra vida. Conducir de noche, beber de día, tensar arcos, hacer colas, ensanchar el alma, mirar pájaros azules. Seré una parada transitoria en tu vida, pero recordarás siempre lo mucho que odio la primavera y de cómo me quejo del calor. 
Nos quedamos con nuestros océanos de rojo, con mi vestido y con los aullidos a la luz de la luna.
Aunque nunca firmar la paz haya sido tan amargo.