Te preguntas si la falda del vestido es demasiado corta y si el escote es demasiado grande. Si el pinta labios sigue en su sitio, si el pelo cae de la forma adecuada, en la dirección adecuada. Te miras al espejo y esta carcasa tiene tantas grietas que te preguntas si aguantará una nueva embestida de esos ojos ávidos de secretos que te asaltan por la calle. Tienes miedo. Tienes miedo cuando caminas a casa de las sombras de los rincones y tienes miedo de las voces que te llaman sin decir tu nombre. Escuchas historias de chicas que viajaban solas y de chicas con los labios rojos y de chicas que se pusieron la misma blusa que tú llevas ahora y están muertas. Todo está lleno de fronteras que no puedes cruzar.
No puedes vivir sin ti, y parece tu obligación guardarte en este mundo terrible. Como si la que hace mal con tus pasos fueras tu y no aquel que te pone la zancadilla y que te arrastra a donde no quieres llegar. Como si esta lucha diaria que se libra en la calle y en la que el precio único es seguir viviendo fuera una invención tuya: como si las heridas fueran falsas, como si te hubieras vestido de terror tú sola.
Dices en alto que temes a la madrugada y todos te toman por loca, pero es que los demonios se han vestido con pantalones pitillo y se han engominado el pelo y esperan a las que son como tú con manos afiladas como puñales. Envenenan tu copa y justifican su miseria con las curvas de tu cuerpo.
¿Qué dirán de ti cuando estés muerta?¿seguirán hablando de tu boca, de tu vestido, del último mensaje que enviaste diciendo que aquel muchacho de ojos verdes no estaba tan mal? Ocultarán tu nombre. Dirán que te lloran. Pero nada será cierto.