Nos fuimos quedando huecos poco a poco, ya no hubo sitio donde esconderse de la niebla. Se terminaron las carreras en el parque y chutar la pelota tan fuerte como pudieras. Los relojes comenzaron a significar alguna cosa y los granos y las compresas y las ganas. Es aterrador, casi sórdido pensar cómo nuestros cuerpos fueron germinando, pero no había flores que llenaran de color este invierno cenagoso y helado. Se terminaron las gominolas y los caramelos y empezó la lucha contra la báscula, contra el pelo, contra la forma de crecer; resultó ser inadecuada.
Empezaron los besos tímidos y desastrosos y las manos tímidas e inexpertas debajo de la blusa. Los secretos, las heridas, los golpes. Empezamos, tal vez, a ser el proyecto de aquello que un día seremos.
La sangre, la vida, la quemadura, la gracia.
Todo a la vez, condensado, como una supernova justo antes de estallar.
Y, de fondo, la tristeza vestida con una capa de niebla y llanto.