Dicen que no hay gente que siempre gana y que no hay gente que siempre pierde, sino aquellos que saben valorar las victorias y aquellos que temen desesperadamente la derrota y por eso es lo único que ven. Por orgullo, por cobardía, ¿qué más da? Yo sé que soy de estas últimas, de las que sienten que toda su vida se basa en fracaso tras fracaso como si llevara la tragedia implícita en el ADN, digna heredera de griegos y romanos dramáticos. Pues bien, tras 25 años de cagarla he aprendido una sola cosa a fuerza de tropiezo tras tropiezo; a veces no ganas porque no es tu partida.
A veces, antes de perder y lastimarse una vez más las alas compensa más cambiar de juego.
Se llama supervivencia. Se trata de perseguir la vida.