Tengo viviendo en mi pecho
inviernos eternos
y primaveras brillantes
que bailan como si no hubiera
ni brújula, ni reloj, ni calendario.
Tanta nieve fría
que me abraza los huesos
y que palpita
con una luz cargada de verdad.
Tantas flores fugaces
que me llenan una mañana
pero que se marchitan por la tarde
llenas de vida y de risa voraz.
En la fría estepa
donde conviven
el gris y el verde
tenía miedo de no poder unir
mis dos mitades.
Así que me llené la piel de flores
para que el invierno de mi carne
no deje de acunar y llamar a la primavera
aunque solo dure unos minutos.