Yo sí entendí a Las Chicas de Emma Cline. Entendí a Evie, a Helen, a Donna. Incluso entendí a Suzanne y su forma de proceder, con un miedo encauzado al milímetro para no perder el control y el sentido. Empecé a leer y no paré y entendí que esas muchachas con hambre y con calor hacían lo que hacían, por qué se dejaban arrastrar por una corriente de drogas, amor libre y de nómadas desconocidos.
Emma Cline entendió -y recordó- ese vacío que nos carcome cuando somos adolescentes y estamos desesperados por ser adultos pero, a la vez, nos aterra la idea de crecer y de que las cosas dejen de ser lo que son. Porque cuando eres un niño una caricia, un abrazo o una sonrisa tienen un único significado que se multiplica a medida que nos hacemos adultos. Lo bueno -y los buenos- dejan de ser tan buenos.
Evie está sola. Tiene un padre y una madre, pero está sola. Tiene una amiga, pero esta sola y tiene un verano por delante en el que llenar ese vacío que se ha instalado en su pecho. Creo que todos nos hemos sentido así y creo que a todos nos ha pesado ese desamparo, esa falta de un algo capaz de darle sentido a un todo. Evie está sola y las ve, con su ropa sucia y su risa fácil; el pelo rojo de Donna, la sonrisa descuidada de Helen y la mirada punzante de Suzanne, que la atraviesa de una a otra costilla.
Las chicas viven en un rancho junto a otras tantas mujeres -sobre todo mujeres jóvenes- niños y algunos hombres bajo el cuidado de Russell, que se perfila como un nuevo mesías capaz de ver a la gente como es y de contar una verdad que le interesa mucho, un hombre que desprende un magnetismo casi animal por el que unos pueden morir y otros tanto pueden matar.
Emma Cline tomó uno de los -tantos- episodios oscuros de la historia de Estados Unidos; uno de los asesinatos cometidos por la familia Manson, guiados por su mentor y lidere, Charles Manson. Si bien se guarda para si los nombres para poder dotar a esta realidad de una ficción necesaria -porque mucho se ha escrito ya sobre el tema- te encuentras con una verdad terrible porque es natural y lógica.
Desde el otro lado del cristal te preguntas cómo una lista tan larga de jóvenes de clase media se dejan arrastrar por los delirios de un hombre, pero es que Russell -Manson- no es cualquier hombre y es capaz de mover montañas porque sabe como hacerlo; sabe ese desamparo al que nos enfrentamos sobre todo las mujeres en según qué años de nuestra vida, el desconocimiento de lo que vendrá detrás y las ansias de amor en una sociedad fría que nos fabrica en serie y que nos deja a casi todos en algún momento con un sabor amargo de "no es suficiente" en la boca.
Yo no sé si llegué a verme en Evie, la protagonista. Me da un poco de miedo pensar que sí. Lo que sé es que entendí su caída y su estancia en ese infierno -un rancho maloliente, lleno de basura- que le pareció el cielo y esa necesidad de formar parte de algo a toda costa.
Evie se libró por poco de cometer un asesinato. Y se libró por poco por el simple hecho de que no la dejaron hacerlo; por ella misma habría seguido a esa familia extraña hasta el fin del mundo. Obró bien, pero no por ser buena, sino porque no le permitieron obrar mal pero ¿quién es capaz de reprochárselo? Leed, meteos en su cabeza y después atreveos a lanzar la piedra. O a no levantar la mano.