Que dijiste algo de algunos límites que había que establecer, pero a mi me pareció mejor romperlos y así pasó, que los hice añicos. Tengo la paciencia corta y las ganas justas de andarte detrás para repetirte que estamos haciendo las cosas mal porque es ahí donde reside toda la gracia.
Mirame como a esas chicas de los ochenta a las que no merecía la pena seguir a la carretera, que yo tengo ahí más sonrisas de loba y más Harlem en las venas de lo que tú puedes llegar a imaginar, chaval. Como si no me quedara veneno dentro, ¿sabes? Como si no hubiera más Napoleones en la discoteca creyéndose que pueden conquistar imperios, como si no amanecieran mañanas cargadas de arrepentimiento.
Te dije que no tenía moral y que si me dejabas podía convertirte también a ti en un apátrida de las buenas maneras, pero tú solo rodaste los ojos y te hiciste de rogar, como los buenos que no son tan buenos. A mi no me importa; puedo esperarte haciendo otras cosas, como comerme el mundo o follarme a algún demonio perdido en el baño de cualquier bar. Que las cosas funcionan así, que las muchachitas que escuchas reír por las calles se comen tu alma por un par de pavos, aunque hayas pedido otra cosa.
Se me dio siempre mal diferenciar lo correcto de lo incorrecto, ¿qué le vamos a hacer? A lo mejor si hubiera sido de otra manera no te interesaría que nos perdiéramos alguna noche por ahí. A lo mejor es que estás pasando frío y que te sobra la ropa puesta, quién sabe.
Por lo pronto yo ya te he propuesto quemarte los dedos haciendo solos de guitarra entre mis piernas. Pero bueno, que no pasa nada. Que tengo cosas que hacer para no esperar.