Jugué a ser trapecista entre la cordura y la razón y me caí, pero no quise admitirlo. Ya se que soy más insensata que valiente, peor a veces de verdad que creo que puedo ganar algunas batallas, las justas. Caminé por tu pupila haciéndome la despistada y me llené de espinas cuando comprendí que ese no iba a ser lugar en que pasar la noche. Que tu única rubia es la cerveza, que las morenas no te guardan ningún secreto y que las pelirrojas somos muchachas problemáticas. Entre alguna caricia bien dada no había -para mi- nada más que espinas y cieno. Algún recuerdo bonito, un par de besos y menos orgasmos de los que me merezco, para qué mentir. Me quemó el llanto y el odio y el amor en la garganta y arañé las paredes de mi misma, mi soledad con alas.