"Mira la ciudad, está sucia"
Me lo dice como si no pudiera ser de otra manera y en realidad yo sé que no puede ser de otra manera, que la fría maraña de gris hormigón lleva ahí mucho antes que mis dieciocho y mucho antes que tus ojos de lobo huidizo, pero no pasa nada. Me callo, porque su mano está en mi muslo y no quiero que se vaya de ahí. Bueno, sí, lo que no quiero es que se vaya lejos.
"Mira, las personas están sucias"
Yo te sonrío y tengo la voz más ronca de lo debido y tú das otro trago a la cerveza. Pienso en lo fortuito de ese gesto y cuantos de mis escritores favoritos lo habrán repetido hasta la saciedad. Siempre me gustaron los hombres cansados y melancólicos y tú tienes un fondo de tristeza que está ahí, siempre, no sé. Lo conoces tú -tus propios pájaros azules y tus propias canciones de despedida- pero nunca se lo enseñas a nadie -a lo mejor así las ventas de tus libros caen en Europa.
Pero tú no eres escritor y no sabes de darle forma al pensamiento con palabras. A lo mejor con números si, pero no con palabras ni con ginebra y, bueno, qué le voy a hacer. Cantaría, si tuviera la voz, que de ti nace el arte en cierta forma, pero no voy a hacerlo. No, al menos, hasta que tu mano se pierda bajo mi falda.
Qué te voy a reprochar, si la mayoría de las veces que busco decir algo acabo por no decir nada.