Simón fuma despacio en la esquina con la maleta al hombro. No le gusta fumar delante de nadie y, no sabe por qué pero le da bastante cosa. Manías que tiene cada uno. Los hay que hacen vulgaridades como meterse jaco y él fuma en solitario, como un señor. Claro que si.
Una chica le sonríe cruzando la calle. Tiene el pelo largo y castaño y ojos azules de gata o al menos eso le parece a él tras sus gafas de sol. Está buena y lo sabe, pero seguro que acaba de dejarla tirada un novio de toda la vida porque no tenía ni idea de cómo resultar insinuante. La repasó con la mirada despacio, su vestido de flores azules y esas medias de zorrita que se ponían las modernillas por encima de las rodillas. Arrugó la nariz; ugh, no.
Esas te soltaban el discurso, tonteaban contigo toda la noche y luego se indignaban porque te las querías follar. Es decir, no era un simple no -porque a Simón los nos, pues bueno, tampoco eran una cosa que le destrozaran la vida- ¡es que encima se indignan! Eres un cerdo porque quieres tema. Porque hay otras muchas cosas que uno tiene que querer. “Tiene que querer”.
Esa clase de chicas que iban de indies del subterráneo -o algo así decía Kerouac, a lo mejor no era exactamente eso- te soltaban un discurso sobre el feminismo o sobre Kant o sobre Picasso o de los hermanos Cohen o de cualquier otro tema socialmente estipulado como apto para obsesionarse con él. Lo hacían así, con la incoherencia de ponerle palabras a lo obvio la mayoría de las veces. Le exasperaba ese rollo. Le exasperaba que una chica cándida y bien vestida le hablara de Charles Bukowski y alabara su “forma de encontrar la belleza en lo más sucio”. Anda ya. Hablar de Bukowski y de la belleza denotaba no solo una simpleza mental importante, sino también una comprensión lectora nula. Y un gusto pésimo, puestos a decir.
Se cabrea solo de pensarlo, le hastía la vida. La chica del pelo castaño y el vestido de flores desaparece con sus botas Doctor Martens y no le apena lo más mínimo.
Da otra calada. Su edificio rodeaba una pequeña plazoleta de piedra con una fuente en medio. Alrededor había bancos y los críos se sentaban ahí a beber. Le enternecía mucho verlos porque le recordaban a su adolescencia y él la adolescencia la recordaba con mucho cariño. Folló un montón. A ver, todo lo que es un montón para un adolescente. Que viene siendo más bien poco y mal para una persona de verdad.
Simón tuerce el gesto al acordarse de su padre. Desencaja la mandíbula y resopla, cabreado.
En fin.
Simón entra dentro del edificio y chirrían la puerta y el ascensor. No le encuentra ningún encanto aquel día, y eso que no está de mal humor ni nada. Jodido por soportar la estupidez ajena, pero eso se le va a pasar llegada al noche con unas copas, no va a ser problema.
Sacude la cabeza cuando nota que su teléfono vibra. El nombre del Malo aparece en la pantalla. Suspira.
-Dime- responde, sin ganas.
-Hostia puta, tú, que parece que te voy a pedir un favor- contesta el tipo con voz grave. Simón sonríe con amargura.- ¿Has vuelto ya del pueblo ese tuyo?
-Sí.
-Macho, como me cuesta imaginarte con el culo fino que tienes por ahí entre cabras y boñigas.
-A ti te cuesta pensar en general, no hablemos de imaginar que requiere casi más esfuerzo- solo Simón habla así al Malo por las veces que le ha salvado el culo. Pero eso son otras historias.- ¿Qué quieres?
-Te la voy a pasar por esta vez, feo de mierda- seguro que iba puesto de coca. Sonaba como tal, desde luego- Tengo un encargo, ¿te interesa?
-¿Cuándo?
-La semana que viene. Se gradúan unos chavales en el San Tomás y quieren una fiesta grande. Imagino que con drogas y toda la pesca, ya sabes cómo les va el rollo de mayores a los niñatillos estos.
-¿Pero para el Oasis? ¿No decías que pasabas de críos?
-Pues pasaba de críos, pero bueno, acabo de empapelar al de la inspección y no me van a dar problemas. Y pagan una pasta. Quieren el completo, que les busques con qué entretenerse, ya sabes. La semana que viene ¿Te interesa? Te llamo a ti el primero pese a que me quiero follar a esa gatita que anda por ahí repartiendo sus tarjetas.
Simón se muerde los labios, sopesando la idea. El ascensor llega al sexto. Le duele la espalda, siempre que se estresa le duele. Necesita un buen masaje.
-Paso del tema.
-Ellos querían que fueras tú.
El rubio soltó una carcajada.
-¿No era que me hacías el favor?
-Vete a la mierda. Que mira, que es una pasta.
-Paso, en serio. Me voy a tomar unas semanas de relax y luego a saco.
-Como veas, chaval. Quieren el Oásis de todas, así que yo voy a cobrar igual- gruñó el otro.- Oye, te dejo que me la van a chupar ahora.
-Guay- esa era una frase muy del Malo.- Oye, ¿abres esta noche?
-Sí, ¿por?
-Porque me apetece una juerga. Ya te diré.
-Pues estaría bien, cabrón, que pareces un ministro, hace que no te veo la tira. Tienes barra libre. Bueno, tú, que ya.
Y colgó.
Simón sabe que el Malo es el amor a primera vista de su vida. Desde que lo vio por primera vez en la primera asignatura del primer año de carrera. Un tío con el pelo largo, mazado del todo y con tribales de cani y con dientes rotos. Era como dos o tres años mayor que él y le pareció un logro que un tipo tan imbécil hubiera conseguido entrar una carrera. Que ya ves tú, empresariales, tampoco es que fuera…
Simón va de duro siempre pero decidió que el Malo iba a ser su colega desde el minuto uno porque era de esa gente decadente que le gustaba a él. Como Cali, como Román, como Mari Vicky, como esos despojos sociales que tenía por amigos.
El Malo se llamaba en realidad José María Lopez pero si le llamabas así corrías el riesgo que te soltara una hostia con esas manazas de bestia parda que tenía. Era legendario, toda la ciudad lo conocía. Unos por lo kinki que era, otros porque tampoco era mal tío, pero el caso era que tenía una reputación y sabía mantenerla y eso Simón lo apreciaba mucho.
La mayoría pensaban que era subnormal y eso era otra cosa que a Simón le molaba: la gente inteligente que sabía dárselas de imbécil era digna de admirar. Y el Malo, pese a sus maneras de gorila, era un tío listo de cojones. Tan listo que tenía, en aquel momento, los dos pubs con más tirón de la ciudad.
El Malo le contrata para organizar fiestas porque a eso se dedica Simón: por un módico precio te da lo que quieres. Lo que ni tú mismo sabes que quieres. Le da lo mismo la temática porque la cosa va de desmelenarse y él sabe desmelenarse más que nadie.
Desmelenarse, qué palabra más vulgar.