Tengo la habilidad de aprender a vivir sin ti. No es algo positivo, porque duele y me hace herida cada vez que te marchas. Me quedo en un estado de vigilia, ni dormida ni despierta, y no sueño, pero tampoco consigo ser yo del todo. A un paso de uno y otro lado, puedo decir.
Aún así, vivo. No tengo la sensación de que se me vaya a parar el corazón y pienso constantemente que me reiré de esto en unos años, aunque ahora esté sangrando. A veces creo que soy una herida abierta y mi sangre es todo lo que puedo decir de mi misma.
Tampoco quiero que te equivoques: no pienses que te escribo. No pienses que este mensaje se queda en alguien más que en mi, porque soy yo la que debo recordarme a veces que tras tu sonrisa de perdonavidas hay arañas y serpientes y fuego y que me merezco algo de paz, al menos ahora.
Tengo que enfrentarme de nuevo a tu sonrisa y no sé si seré capaz de vencer una batalla. Tengo los huesos muy maltrechos después de tanta lucha contigo, conmigo, con el mundo. Por eso he decidido poner tierra de por medio e irme a vivir donde vuelan las gaviotas. Aunque eso sea esconderse y me convierta en una cobarde, da igual: más vale retirarse a tiempo de una batalla que perder la guerra.
Y yo no puedo permitirme perderme a mi misma.