Estaba, no se, como hecha de luz. Con los tacones en la mano y el rimmel corrido y todo. Así, despacio, con el agua entre las piernas y los labios desgastados de besar tanto o tan poco, así, como eterna. Como hecha de agua, qué se yo. Me cruzaba con ella cada mañana de verano y pensaba en de donde vendría con esa sonrisa tan blanca, tan perdida en la luz. Donde habría pasado la noche aquella muñeca y por qué le sangraba la rodilla. Por qué se le había deshilachado la trenza. Qué comería aquel mediodía. Con quien compartiría el resto de su vida. Qué muchacha. Qué bien hecha esa juventud, ese invierno perdido. Quién eres.
Dime, por favor, quién eres.