Te encuentro de frente y me enseñas los colmillos. Ruges, te desperezas, te relames. Y a mi me tiemblan las piernas cuando me doy cuenta de que se te come el hospital, que el blanco de las sábanas se confunde con tu piel, que ya no es más que piel sobre huesos que pinchan y que están manchados de coca y de a saber más qué. Me sonríes, como siempre, de lago, a medias. Siempre a medias.
-¿Y bien?- preguntas, mientras me siento en una esquina de la cama y se me solapa el miedo con el espíritu. Que se me parte el alma en dos, en tres, el verte el mono detrás de las pupilas y las ganas de escapar palpitando. Palpitando, no se donde, porque tú no tienes corazón, pero palpitando. En las paredes, supongo, en las alas de los pájaros que vuelan al otro lado, más allá, de camino al mar que tanto te falta y que tanto te sobra.
-Y bien- contesto, y me encojo de hombros. Como duele que el estar delante de ti sea encararse con un tigre de bengala. Como duele que lo sepas y que ni así te limes las uñas para dejarme en paz, para salvarme un poco la vida.
-Entonces no se a que tienes que venir, como si me hicieras falta.- bostezas, de nuevo. Me desgarras por dentro, de uno a otro lado. Cuento los días en los que he soportado tu tortura de tigre, tus ansias de tigre, tus dentelladas. Me quema por dentro y, de golpe, me quiero a mi misma. No se como, porque a mi tampoco me queda ya corazón.
- Es que tuve un sueño, anoche- forcé la sonrisa.- Soñé que cerrabas la boca, que te mordías la lengua. Te envenenabas un poco, claro, pero al fin y al cabo el remedio era mejor que la enfermedad. Te limpiaba por dentro tu propia mala leche y yo me alegro, porque no tengo que venir de nuevo a este puto hospital y no tengo que aguantar el verte morirte, porque te estás muriendo. Y a ti no te importa, manda cojones, que te creas en el centro de una puta novela de Irvine Welsh, que te parezca divertido. Pero es tu vida, yo ya desisto. Juegatela como quieras, sal de aquí cuando quieras y, si quieres, agradéceme el hecho de que haya sido la única que se ha molestado en venir día tras día a soportar tu rabia. Porque yo no voy a volver a hablarte de querer o no querer. Nunca más.
Me vuelvo, agarro la mochila y el poquito orgullo que me queda y que casi no puedo levantar. Me pesa tu mirada en la nuca, me pesa que te mueras. Porque creo que te mueres y que soy la única a la que le importa, aunque haya decidido dejar de aparentarlo.
-No me has dicho como termina el sueño, preciosa.- sonríes, a medias, y ni aun así te importa saber que lloro, que me voy, que ya no vuelvo.