No existe sensación más reconfortante que saber que te han echado de menos cuando no te lo dicen. Cuando no hay palabras que quieran -o puedan- describirlo o miedo a no hacerse entender. Podemos salvar abismos, podemos ser fieras criaturas, pero un abrazo a tiempo -y otro, y otro, y otro- un "dame un beso" -y otro, y otro, y otro- y una vuelta a los quince años justo en el momento preciso van a recordarnos que no importa haber perdido más de una batalla. Reír hasta que no te quede más aire en los pulmones y que no importen las manos ni los pies ni el suelo que pisas: estamos vivos, somos jóvenes y alguien ahí fuera se alegra de estar contigo.