Formo parte de un complot para derrocar todas las emociones. Me he quedado vacía y eso es terrible. Estalló una tormenta y temblaron mis cimientos. Una y otra y otra vez relámpagos enfurecidos sacudieron mis costas. No hubo superviviente alguno y se dibujaron grietas en mi anatomía. Una, tras otra, tras otra, fueron calando profundo en todo lo que soy. Me perdí, lo admito, me perdí a mi misma cuando sonaron las alarmas y todo lo que había en mi corrió a salvarse en las trincheras, pero no hubo manera: había estallado la guerra y a mi alrededor todo lo que llegó a ser vida comenzaba ya a arder. Se me llenaron los ojos de luz y la piel se desprendió de mis huesos y pregunté a qué Dios debe rezar una cuando se sobreviene el fin del mundo. No tenía nada en qué creer y fui apátrida en tierra de santos; no hubo escapatoria.
De mi no quedó nada y se me llevó la corriente. Absurdo en pensar en cómo Ofelia se hizo una con el agua y absurdo pensar que en algún momento sería capaz de vencer el miedo que me daba el mundo. No me quedaban rugidos ni me quedaban alientos. Por no tener, no tenía ni tiempo para reconstruirme. Me dirigí, y aún me dirijo, a ese limbo espeso y tranquilo, donde nada es nada y todo desaparece.
Formo parte e un complot para derrocar todas las emociones. Mis huesos ajados, mis huesos cansados, mis huesos secos, no van a soportar otra de tus envestidas.