Amé la vida y amé el amor hasta desdoblarme de todo. Amé a hombres y mujeres con sonrisa de lobos terribles y me devoraron como una jauría. Me desbordé de mis confines y pensé que jamás sería vieja. Era de noche, porque siempre era de noche, y había mucha luz naranja de farolas enfermas. Me dije podré ser la princesa del extrarradio, pero no funcionó aunque me esforcé por matar todo lo que me quedaba de alma. No entiendo a las personas, pensé, no entiendo a las personas ni a los hombres ni a los que siguen haciéndose viejos. Hubo una noche breve en la que me despojé de todo y le di gracias a la música y a las calles. Me criaron de esa forma solitaria, como vagabundos de vida y yo no fui capaz de quitarme nunca esa costumbre. Un estómago voraz, así de hambriento, así de sediento, y las manos tan heladas y los años tan ligeros y las faldas tan cortas. La terrible resaca del ser yo misma se sobrevenía.