Cayó Roma y caeremos nosotros y tampoco me importó nunca que no hubiera más verdad que esa. Cayó Alejandro, lo admita o no, a manos de Ganesha y ese es el destino que aguarda a todos los que tenemos sangre de caballo desbocado y perseguimos el sol. Los habemos nómadas, apátridas, y este vacío se ancla en el pecho, en las costillas. Vivo en la perpetua búsqueda de mi misma. No sé qué estoy haciendo aquí ni tampoco qué haré allá. Hay manchas de sangre roja en las sábanas y hay manchas de gusanos negros en tu pecho. Quiero ponerle un nombre a esta forma terrible que tengo de ahogarme, a este miedo voraz que todo lo infecta, que todo devora.
(Aún me asusta terminarme de repente.
Aún me asusta no vivir intensamente)