La muerte impregnó los muros y no importó la plata ni el oro ni el tañido de la campana de la catedral cercana. La muerte habita esta casa y los espíritus bailan en este salón y calientan su helado palpitar silencioso en esta chimenea. Aquí descansan los que un día estuvieron vivos y que vieron el ocaso de sus días. Es su música la que se escucha en el crujido del viento. Es su caminar sosegado el que marca el paso de las horas. Son sus ojos los que brillan en las esquinas oscuras.
La ciudad de la pólvora, la ciudad de la peste, la ciudad que guarda un corazón hecho de agua y de plata ahora acuna a aquellos que ya no son. Es su cementerio el que acoge las plegarias dedicadas a los que ya no tienen nombre.
La ciudad de la pólvora, la ciudad de la peste, la ciudad que guarda un corazón hecho de agua y de plata ahora acuna a aquellos que ya no son. Es su cementerio el que acoge las plegarias dedicadas a los que ya no tienen nombre.
La muerte impregnó estos muros. Aquí nos guardamos los que no tenemos nada que perder, los que ya no huimos y ya no tememos.
Cuidado. Respetad nuestro descanso.