Necesitaba algo sólido, palpable. Agua para calmar sed, calor para los fríos huesos. Ya no me sirve pensar en el río o imaginar la llama porque las promesas me dejan con hambre. Necesitaba tener la vida entre las manos y los dientes clavados en la yugular y los moretones y los arañazos. Algo arrollador, como una catástrofe natural que no pregunta ni cede, que no jura. Solo pasa y destroza y limpia.
A veces es necesario todo ese fuego para sobrevivir a la costumbre. A veces te das cuenta de que lo que creías presente se ha convertido en pasado, aunque no te percates de ello. A veces necesitas solo algo de suerte en los bolsillos, una caricia acertada en lugar de una estadística.
Un portazo, la caída de un rayo, que expulse al intruso y que propague el incendio para que la ceniza alimente la tierra. Para que, de nuevo, crezca la vida.