Por eso arriesgas, porque piensas que nunca vas a perder del todo y por eso dices que todo va bien, cuando en realidad sabes que no está funcionando como debe. Ni tu corazón, ni tu sonrisa, ni la caída de tu parpadeo. Que fuiste demasiado deprisa o demasiado despacio, pero que ahora no te sientes capaz de variar la trayectoria.
Pero la terrible certeza es que solo aprenderás qué es el fuego cuando te estés muriendo de frío y que no se pueden tener siempre las cartas ganadoras. Que a veces la corriente del río no es favorable y no puedes hacer nada por evitarlo, que los faros se apagan y que a lo mejor el próximo puerto al que llegues estará plagado de piratas.
En definitiva, que es absurdo llorar cuando uno tiene sed después de haber querido derramar toda el agua.