Yo no te conocía. Pensaba que no te conocía. Es un consuelo muy válido cuando las cosas simplemente no pueden ser. Pensaba que me habías engañado, que en realidad eras más lobo que yo y que tenías hambre de cualquiera. Pensaba que tenías más sombras dentro de lo que parecía a simple vista y que yo podía jugar todo lo que quisiera, que nunca ibas a morderme. Luego lo hiciste. Pensé que podría ser tan visceral, tan salvaje como lo había sido siempre y que hacía mucho tiempo que tú te habías quedado atrás, pero resultó que no. Resulta que el sentido de la bestia no llega a perderse nunca y que da igual la de collares que se ponga un lobo o lo vieja que esté su carne, que aullará a la primera luna que le baile con una falda demasiado corta y los labios demasiado rojos.
Resultó que no era así. Que yo sí que te conocía. Puse en orden todas mis catástrofes y me descubrí sabiéndote así, tan amargo, tan cansado, tan buscavidas de los de antes, de los del rock viejo.
Yo sí que te conocía.
De lo que no tenía ni puta idea era de mi misma.