Tenía el azul clavado en la piel. Un azul doloroso y líquido, como la tristeza, que no me dejaba respirar del todo. El agua, siempre como alimento, que se diluía en mis venas. El frío, como cuna y como hogar y como arropo y todas esas canciones tristes que escuchar antes de dormir. Qué cansado, ¿verdad? el vaivén de la marea y tu forma desganada de caminar. Me empaña por dentro y por fuera y mis esquinas se preservan así, mansas y profundas y apesadumbradas. Esperando al fondo, esperando en silencio, esperando nada. Al son de los quejidos de un mar angosto en un puerto baldío edificado sobre lágrimas secas.