Tu problema no deja de ser que te enamoras de la ausencia. Imagino que pones esa cara porque nunca nadie se ha dado cuenta o no se han atrevido a decírtelo, pero es así. Hablas del amor, parece que amas, pero el caso es que siempre buscas y siempre encuentras la manera de querer al lobo, al viajero, al nómada. Amas a quien no está y te aseguras de que no esté por una buena razón, por una indiscutible e ineludible. Tú querrías al soldado que parte a una guerra suicida, querrías al marinero que debe navegar al ártico o querrías a aquel al que, simplemente, su naturaleza no le permite anclarse a un mismo sitio demasiado tiempo. 
Tú sonríes y te despides en el puerto o en la estación de tren y el soldado y el aventurero y el nómada se quedan con tu recuerdo, que les lacera por las noches, cuando cierran los ojos. Te conviertes en ese momento de la juventud que todo el mundo atesora, ese "y si hubiera sido de otra manera", un "y si hubiera sido más valiente" velado. Qué habría ocurrido, se preguntan mientras se hacen viejos, si la vida nos hubiera llevado por otro camino, cuestionándose continuamente si no eras tú quien guardaba la llave de su felicidad colgada del cuello.
Y tú les amas. Les amas, de verdad, todo lo que tú eres capaz de amar. No es mentira. Pero eres así, lo llevas en la sangre, lo llevas impreso en los huesos. Siempre a medias, siempre a la distancia. Siempre a los que no están. Amando al amor, amando a la soledad, con todo mezclado. No es la mejor manera de vivir. Ni siquiera es buena, pero es la tuya y yo ya desisto en hacerte razonar. No vas a hacerlo. Como las bestias, eres de costumbres arraigadas y de razonamiento escaso. Eso, imagino, es lo que hace que te quedes en el recuerdo de todos esos que partieron porque la vida les obligó a partir. 
Qué le vamos a hacer. Supongo que es una opción como otra cualquiera. La elección de vivir con el corazón resquebrajado en lugar de atreverse a dejar que se rompa del todo.