Tienes que recordarme cada día algo tan importante como que no cantamos las mismas canciones. Tienes que recordarme, por favor, que eres un fármaco demasiado peligroso porque tengo tendencia a las adicciones y a los orgasmos con sentido, los que están justificados por la vida y a lo mejor por el amor, incluso. Tienes que recordarme lo que me pasa cuando no tengo lo que quiero, que me convierto en una perra lastimada o en una hiena de risa histérica y ni yo misma sé cual de las dos cosas es peor. Tienes que recordarme que nos unen poco más que seis cervezas y demasiadas batallas, ¿comprendes? Como si fuera verdad que no me encuentro en tus ojos en cada madrugada y que no abren la puerta a los siete infiernos. Tienes que decirme que no estoy sangrando, que no soy una fuente terrible de daños y de cicatrices y de sinsentidos. Tienes que hacerme saber que el mundo sigue siendo el constante conflicto y que a mi no me gana nadie a estrategias de guerra. Que tampoco nadie sueña mejor que yo con los campos de plumas.