El veneno siempre es barato. Todo lo que te rompe es barato. La facilidad pasmosa con la que uno desabrocha los pantalones que no debe o despierta en mitad de ninguna parte. La palabra afilada, sin tener que limar sus puntas, es la que atraviesa el pecho y alguien llora. A veces pesa, como una losa, todo aquello que no debimos haber lanzado al vacío, ¿pero qué? No solo de pan vive el hombre. No puede, sobre su piel de cemento, sanar al fiero animal, domar al fiero animal que le habita dentro. Tras el asfalto, tras el verano fatal infecto, tras la concordancia del sujeto singular y el frío verbo. Aclamar a los siete cielos que ya es hora de que nos devuelvan la belleza, ignorando que, lejos de la paz, la guerra es siempre la mejor cosa. Que el bocado más dulce es el que das siempre a la carne del enemigo y que el vino que de verdad embriaga es el que fluye de los cántaros que le robamos a un dios cualquiera, mientras envidiaba nuestra naturaleza y acunaba las horas que nos harían llegar a los últimos días.