Siempre encontrabas otro lugar al que ir, uno que no fuera mi cuello. Siempre preferías otro lugar en el que crecer, que no fuera en mis ramas. Pensaba constantemente que amar a un pájaro debía ser algo parecido a decirte a ti que sí. Que sí a los juegos, que sí a las madrugadas, que sí a lo que pudiéramos hacernos de haber vivido a otra vida. Tengo ganas de conocer el sabor de tu sangre y pienso -de verdad que lo pienso- que sería buena inversión que me dedicaras más de 4 minutos en tu ir y venir a ninguna parte. Ya no por lo doloroso que es tu partida perpetua, sino por, yo que sé, que quizás estoy ya cansada de tanto dormir sola y de no poder calentarme el cuerpo con vida. Admito que me consumen las ganas de follarte como si fuera vapor y pienso si no será este mi estado natural, el de las manos ardiendo y el cuerpo en un temblor constante, ¿eres a caso tú una excusa más para llenarme de algo que no sean vísceras, que no sea sangre fluyendo en una mecánica aterradora? Llenarme de alma, llenarme de vida en esta jungla de cemento. ¿Te imaginas que no te quiero, te imaginas que no podemos llamar amor al fuego que me suscitas por dentro? Menuda locura. Menuda locura sería que, en todo esto, tú fueses solo el medio por el que yo hincho los pulmones. Que tus ojos no solo podrían ser los de otro, sino que terminarán siéndolo. Que todas esas historias de Disney no hubieran surtido efecto, que se estuviera levantando la revolución silenciosa de todos aquellos que -como tú y yo- se quieren más a si mismos que al universo.
Siempre encontrabas otro lugar al que ir, uno que no fuera mi cuello. Pero tengo la oscura certeza de que terminarás muriendo en mis playas. Quizás de nuestra historia nadie haga nunca una película.