Me levanto con heridas de guerra, con el peso del alcohol en la sangre y con marcas en el cuerpo que no tengo ni la menor idea de dónde salieron.
Comprendo que seguimos haciendo lo mismo de siempre, desafiando. Niños estúpidos con pieles de lobo que enseñan los dientes, achinan los ojos con malicia y sonríen de lado. Nos mandamos mensajes cifrados que entendemos y, de cara a la galería, solo dejamos intuir lo que ellos ya saben; que podemos aparentarlo. Podemos aparentar la normalidad y ocultar mentes caóticas y ácidas y esa necesidad continua de hacer daño al mundo. Unos más tranquilos, otros más osados en lo que al fuego se refiere, seguimos diciendo que dios no existe mientras agitamos nuestra bandera rasgada, esperando que nos oiga blasfemar. Que le jodan, a él y a todos.
Comprendo por qué escribo sobre muchachos perdidos y niños salvajes. Sonrío.