Nacimos en la espesura del hormigón, en la niebla que deja el humo. La calle, ante nosotros, se extendía como una selva, observámos descender a los ángeles del cielo. Teníamos ojos de verano y mucho hueso famélico. Sonreíste, juguemos al escondite mientras muere la ciudad. Llovía y era ácido y pensamos: después de una primavera en calma nos van a devorar los siete infiernos.
No nos pareció nada mal.