Me gustaba como me mirabas porque era un gesto de asco mezclado con fascinación. Qué cachondo te ponía, ¿eh? Odiabas verte reflejado en mi de la manera en que lo hacías, todo tan exacto, todos los demonios tan en su sitio. Quizás no habría sido un problema si hubiéramos empezado con buen pie, pero el caso es que no lo hicimos. ¿Qué se podía esperar? Nosotros eramos unos enfermos, porque lo de nuestra cabeza no era transitorio.
Fuimos acumulando desplantes, ironías, insultos, jugueteos en bares, porque siempre que había speed o había coca o había demasiada cerveza los dos alimentábamos un poco nuestro ego con otras personas, pero el caso era que antes de desaparecer con la pava de turno te volvías para mirarme a mi, mandando siempre el mismo mensaje: "esta podrías ser tú". Y yo alzaba mi copa y luego le comía la boca al perdedor que me tocara hacerme aquella noche, porque para qué nos íbamos a engañar: salvo tú y yo todos eran unos patéticos perdedores.
A veces nos dejábamos ganar por nosotros mismos y nos acostábamos. Un par, tampoco más, porque otra cosa no pero nuestros orgullos nos tenían siempre bien atados. Y daba igual lo pasados que estuviéramos que follabamos como salvajes. Que recorríamos nuestros cuerpos como autopistas; sin paradas, sin obstáculos y sin límite de velocidad, como si el camino no se fuera a terminar nunca. Y es que muñeco, a quien iba a querer una alimaña como yo si no a otra alimañana, como tú. Si todo lo demás no nos era suficiente, ni la heroína siquiera.
A veces me preguntaban por qué no estábamos juntos.
Yo siempre respondía que mejor sola que mal acompañada.
Porque, qué se le va a hacer, aunque de verdad nos hubiéramos amado habríamos seguido siendo la misma basura que acabaría abandonando al otro en cualquier callejón. Preferimos ahorrarnos el dolor de ese momento y, joder, pactar una especie de tregua con la que poder salvarnos el culo antes del ridículo que suponía dejarse vencer -porque no teníamos ni puta idea de quien de los dos ganaría en esa guerra, cual de los dos era más mezquino, más cruel.
Esos capullos pueden pensar lo que quieran, pero ni el amor es capaz de salvar a los miserables como nosotros.