Dijo: debe haber una forma más sencilla de querer.
Pero yo sabía que no. Yo sabía que siempre habría una voz más ronca porque siempre habría una nueva botella de whisky. La cárcel de Virginia, las facturas y las cuentas, el coche sin reparar. Había escuchado demasiadas canciones de Tracey Chapman como para que esto me resultara raro o inesperado. Me dejaba arrastrar por ti y por el huracán que eras, aunque nadie pudiera comprenderlo; ellos no sabían nada de mi, ni de lo que podía llegar a hacer por quererte. Todos los días pensaba; por ti, por ti. Ellos me apuntaban con el dedo; "está loco", pero qué cojones importaba si jamás lo lograrían entender. Sube una montaña, me pedías. Y yo lo hacía sin oxígeno, porque era mi vida y la daba por ti.