Todo estaba sucio. Hacía como que le importaba, hacía como que no lo veía, pero no podía ignorar el hecho de que todo estaba sucio. Estaba sucia la ropa, amontonada en el suelo. Estaba sucio el polvo que bailaba de uno a otro lado de la habitación. Estaba sucio el vodka adherido a las paredes a los muebles -qué señal es esa de que todo esté tan manchado, tan de vodka-, estaba sucio el cenicero, cargado de colillas moribundas. Todo estaba sucio y la suciedad extendía hacia ella sus garras llenas de mugres. A quién le importa, pensó, a quien le importa que todo esté tan sucio.
Luego vio que también estaba sucia la luz. Y se dio cuenta de que a ella si le importaba.