No hay más extraña mariposa
que el ser humano
con sus confines difusos
y sus ansias de tocar
tocar
el alma
y las rendijas
y las ventanas
y el aire viciado
de los edificios moribundos.
Con alas famélicas
y antenas inservibles
y ojos costrosos
y frentes desnudas
que piden
que suplican
un triste mendrugo de lluvia
que llevarse a las entrañas.