Yo sabía que no sería la primera y sabía que no sería la última en enfermarme de tristeza. Sabía que no sería la primera en cuestionarme mi propia felicidad. Quién soy, a dónde vengo, a saberse qué. No tengo ganas de hablar de gaviotas ni tengo ganas de mirar el mar ni tengo ganas de echarte de menos. Creo que es un poco peligrosa esta apatía y creo que acunarse en la desgana nunca merece la pena. Pero ahora mismo tampoco es que supiera hacer otra cosa más que sentirme huérfana, muy huérfana y cansada de quererme por dos, por tres y por siete. Estaría muy bien sentarse en un rincón, decir "hoy no me levanto" y que alguien te acaricie la espalda y te cuente historias y no le importe si eres lobo o si eres oveja. Quieres a alguien que ría, a alguien que ría mucho cuando a ti no te apetece hacerlo y que te folle y que no se le ocurra traerte flores y otras gilipolleces, pero que esté ahí, mientras tú haces cualquier otra cosa. Quieres a alguien que no te mire, que te vea.
Imagino que como todos.