Anclas

Me quito el vestido y pienso que mi piel no es suficientemente tersa y que mi forma de mirar no es de señorita. Que se me encrespa el pelo y que aprendo a base de equivocarme, porque siempre me equivoco. La cintura estrecha y las caderas anchas y las tetas no se parecen a las de la modelo de aquella revista. Hay lunares que me salpican y hay olas y hay, qué se yo, demasiada blancura. Me pregunto de qué sirve esta carne y esta grasa y estos huesos y no encuentro respuesta. Estoy escondida en este cuerpo con un corazón que bombea y una sangre que fluye en un orden aterrador. Todo funciona correctamente. Los médicos dicen que no hay que tenerle miedo al cáncer. Y que no hay que comer carbohidratos después de las seis. Y que la soja trans es mala. Pero luego a lo mejor es buena. Esas cosas nunca se saben.
El caso es que este es mi castillo y esta es mi dictadura, la de los tatuajes y los piercings y el pelo de un color poco natural. Este es mi barco y el océano es el mundo y no conozco ningún buen capitán que no cante canciones tristes cuando se emborracha y que no cuide con mimo su navío. 
Pienso, mejor cruzar los mares que anclarme a la tierra, que esta a veces se seca. Las marejadas y las tempestades. No me importa que el mar a veces se enfade. Merece la pena cuando encuentras el puerto y cuando puedes recordar lo que te cantaron las sirenas.