No tengo ganas de hablar de la vida y no puedo hacerlo sin notar que se me escapa entre las manos. Que estoy en espera perpetua en esa estación de tren, como si no hubiera otra manera de desenvolverse en los cambios. Que tengo, en el bolsillo, todo el dinero del mundo pero hay garras oscuras que me fijan al suelo y hay personas que me están envenenando y tienen los ojos del color de las praderas y me hacen estar triste y preguntarme por qué lo voy a hacer, por qué, por qué, por qué. Me hacen enfermar los bosques y me hace enfermar el oxígeno, mientras yo acuno todos los dolores en mi pecho. No olvido y tampoco perdono, porque el palpitar constante se instala dentro. A ver de qué manera logro justificar estas tristezas si no es con la imperiosa necesidad de huir y marcharme lejos. Esta no es la vida que quiero.