Desde fuera del cristal se nos debe ver como la primera remesa de juventud sin futuro. Los primeros que, en mucho tiempo, viviremos peor que nuestros padres. Pasen y vean, señoras y señores, la nueva atracción de esta nuestra feria de las atrocidades a las almas vendidas a la deuda antes de nacer, los que llevarán a hombros la responsabilidad, innata siempre, de reconstruir un imperio totalmente derruido, un imperio que nunca -por mucho que nos duela- ha sido real.
Solo detesto a los que pecan -y pecar- de egolatría. El resto de defectos, taras y malformaciones de la personalidad y el individuo se me olvidan en un par de horas. No necesito más.
Tampoco me siento orgullosa de vivir en una nube donde las desgracias no te tocan. Aunque a veces creas que lo hacen. No, no me siento orgullosa.
Busco con la mirada los confines de la nación que hemos creado, la de las conciencias sucias, y no logro encontrarlos. No se en realidad si hago mal no debiéndome al remordimiento o si, por el contrario, solo soy uno más de esos corderos jóvenes cuya única cualidad es haber nacido de color negro, pero tan en serie como siempre.