Nunca temí a los lobos, ni a las arañas.
Nunca temí a los perros de ladrido incesante ni a las serpientes. No me han dado nunca miedo los coches en su tránsito voraz, ni los hombres altos vestidos de gris y negro, ni las miradas indiscretas. Nada que pudiera dañar mi cuerpo ha sido nunca motivo de interés, quizás porque no me tenía, quizás porque era demasiado para mi misma.
Fui siempre una niña salvaje de rodillas arañadas, pero no con tanta vida como me hubiera gustado en los párpados. No se a qué atenerme cuando hablo de volver a mi o de dejarme en la estacada, pero cuando he tenido miedo he cuidado de mi misma con mimo. He aprendido despacio que no tener miedo no significa necesariamente ser valiente.
(Me asusta terminarme de repente)
(Me asusta no vivir intensamente)