Olía a sudor
a sangre tibia
a semen
a sabanas arrugadas
a persianas rotas
y bombillas fundidas.
Caían las horas
como muertas
una vez las devoramos
como nos devoramos a nosotros mismos.
En aquel verano vagabundo
sin nada que hacer
más que erosionar nuestros cuerpos 
y anexionar nuestras almas
despacio
sin prisa.
Y los dientes
y el cabello
y las velas de canela
y nuestro sexo
como cáliz
y como espada
cuna insondable 
de esta vida
y de todas las vidas.