Voy a seguir echándote de menos aunque duela y aunque nunca te haya tenido. Es porque en el corazón me cabe un grado superlativo de gilipollez, porque siempre supe que tus domingos por la mañana nunca serían para mi. Ni tus resacas, ni tus agobios, ni tus idas ni tus venidas. Nunca compartirías conmigo ninguno de tus miedos ni una discusión ni esa forma de ladrarse que tienen los que de verdad se quieren. Tan sencillo como eso, como que puedo seguir pensando en todo lo que ni ha ocurrido ni ocurrirá y saborearlo como si de verdad hubiera estado ahí, contigo, para compartir todas esas cosas terribles que tienes. Yo no quería ni finales felices ni besos bajo la lluvia, yo quería quererte como se quieren las personas, de esa manera plácida, absurda y racional. Quería quererte y que fueras bueno para mi y para mi espíritu, quería quererte y, joder, quererme a mi también por una vez en la vida y elegir bien y que me eligieras bien. Pero la realidad es la que es y yo me voy a quedar sin todas esas cosas, esas cosas que jamás tuve. Y lo doloroso es que hay veces -y no son pocas- en las que los imposibles existen. Y no hay poesía que valga.